El Correcaminos recuperó su entrenamiento militar y se tiró al suelo, fingiéndose muerto. Dos balas golpearon a su alrededor. Cuando la confusión fue mayor, se fue arrastrando con cautela y trató de organizar a la gente. Una camioneta pick-up se detuvo junto a la fosa. Y luego otra. Esa era su oportunidad. Mandó a un centenar de sus seguidores hacia ellos. En el forcejeo que siguió logró meterse a la cabina de uno de los pick-ups y salir de aquella encerrona apenas a tiempo. En ese momento sabía dos cosas. Su carrera como agitador social tomando terrenos ya era cosa del pasado. Y la familia Loreto tenía una deuda con él. Una deuda que iba a pagar tarde o temprano.
Rutas de escape
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